Nunca imaginé que ser perfeccionista me ocasionaría problemas. Aunque no era consciente de la condición, hasta ese momento lo había aprovechado para dar lo mejor de mí en mi trabajo.
Me esmeraba en que las notas periodísticas que corregía en una agencia de noticias no tuvieran detalles.
Y el resultado era el esperado: mis jefes me consideraban una persona comprometida con mi trabajo, responsable y dedicada.
Todo cambió cuando decidí emprender
Como emprender era un área nueva para mí, pasaba mucho tiempo ideando, escribiendo o definiendo aspectos de mi sitio web, por ejemplo.
No lo voy a negar. Tenía mucho temor a equivocarme, sobre todo porque había apostado a llevar adelante algo propio.
Pero los días pasaban y no avanzaba. Me enfrascaba en cada detalle, sin embargo, nunca estaba conforme con lo obtenido. En este punto estaba agotada, estresada y frustrada.
Incluso llegué a pensar en desistir
Quizá por eso hubo un tiempo en el que prefería pasar horas y horas viendo series que ocuparme de las tareas importantes de mi proyecto.
En ese momento mi máxima era la procrastinación, una palabra poco conocida para mí, pero que apareció cuando buscaba una explicación a lo que estaba viviendo.
Un día conseguí un artículo en el cual comentaban que ser perfeccionista es un rasgo de la personalidad que obliga a tener un nivel de exigencia muy alto.
Además, decía que los perfeccionistas se esfuerzan demasiado, evitan al máximo cometer errores y son responsables al extremo.
No obstante, saber lo que me estaba pasando fue tranquilizante.
Entonces, decidí tomar cartas en el asunto: dominar al ser perfeccionista que habitaba en mí. O, de lo contrario, me devoraría.
Pero ¿cuándo comencé a ser perfeccionista?
Esa fue la pregunta que me hice cuando entendí que estaba en esa situación.
Lo que descubrí me paralizó.
Durante mi infancia tuve que asumir el cuidado de mis hermanos, porque mi mamá trabajaba. Mi familia era numerosa y de escasos recursos económicos.
Asumir responsabilidades de adulto a temprana edad me condujo a ser muy exigente conmigo misma. Quería tener todo bajo control. No me podía dar el lujo de equivocarme en tan importante tarea.
Más aún, esta misma exigencia la impuse en mis estudios por considerar que era la única forma de salir de la pobreza en la cual estaba sumida.
Afortunadamente, en este caso el resultado fue favorable debido a que pude terminar la secundaria y después ir a la universidad.
Una vez viajé a mi interior para encontrarme con mi niña perfeccionista, me concentré en las características de esa mujer minuciosa en la que me había convertido con el paso de los años.
Esto fue lo que encontré:
Era procrastinadora
Todavía recuerdo cuando vi una serie en Netflix de 60 capítulos, cada uno de una hora.
Ahora, después de un tiempo, me doy cuenta de que usé dos días y medio de mi vida en una actividad de poco beneficio.
Pero en ese entonces ver la serie me resultaba mucho más placentero, mientras postergaba trabajar en mi emprendimiento, debido a que implicaba ejecutar tareas de mayor esfuerzo de mi parte.
Después daba rienda suelta a mi crítica interna: “Nunca lograrás tu objetivo”, por lo cual me sentía culpable.
Tenía miedo a equivocarme
El miedo es una condición natural si hay un peligro inminente, pero en mi caso no tenía sentido.
Sin embargo, el solo hecho de pensar en errar me helaba todo el cuerpo. Y lo peor era la frustración que sentía si pasaba.
Por ello dedicaba muchísimo tiempo a las tareas. El objetivo: controlar el más mínimo detalle. En eso se me iba la vida.
Era muy exigente
El nivel de exigencia era tal que muchas veces me sentía agotada y estresada. No digo que no tenga sentido exigirse, el problema está cuando es desmedido, como en mi caso.
Qué acciones apliqué para dejar de ser perfeccionista
Una vez supe cuándo comencé a ser perfeccionista, correspondía aplicar acciones para cambiar esta situación. Y esto fue lo que puse en práctica.
Reconocí que la perfección no existe
Incluso en la naturaleza hay ejemplos de imperfecciones. Siempre los busco como una prueba de que la perfección es una quimera.
Además, tengo presente la frase de Mark Zuckerberg: “Hecho es mejor que perfecto”.
Quizá en estos momentos lo digo fácil, pero cuando recuerdo la trampa en la que caí por buscar la perfección, siento satisfacción de saber que actualmente estoy concentrada en hacer, mientras disfruto el proceso.
Aprendí a cometer errores [y reconocerlos]
Ahora veo los errores como una oportunidad de aprender y no como un fracaso en mi vida.
Creo que este es uno de los puntos más importantes, porque errar es de humanos y rectificar de sabios. Así que reivindico mi derecho a equivocarme.
Reconozco cuando me equivoco, aunque a veces me cueste. Luego me enfoco en conseguir una enseñanza para no incurrir nuevamente en el desacierto.
Me concentro en las tareas importantes
Ahora divido mis tareas en importantes, urgentes y menos importantes.
Una vez que hago esta diferenciación, me ocupo de las más urgentes e importantes en primer lugar, de tal forma de aprovechar el tiempo, avanzar en mi emprendimiento y generar más beneficios.
Trabajo por objetivos
Para avanzar en mi proyecto, trabajo por objetivos realizables y específicos. Por ejemplo, escribir un post para mi blog una vez al mes.
Así se hace más llevadera la tarea, además no le doy tantas vueltas a lo que deseo hacer. Simplemente consigo un motivo para ejecutarlo y procedo en consecuencia.
Sé que el resultado tendrá detalles, pero intento no pensar en ello. Y siento mucha satisfacción al finalizar porque sé que más adelante podré mejorar el resultado inicial.
Aquí el propósito es claro: avanzar.
Limito a mi crítica interior
Por último, pero no menos importante, paso el interruptor a mi voz interior cada vez que aparece. Ya no permito que me apabulle. Al contrario, la ignoro y actúo como quiero.
La meditación me ayudó muchísimo en este sentido.
Para finalizar
Te comento que dominar al ser perfeccionista que habita en mí no ha sido una tarea sencilla.
A veces aparece cuando menos la espero, pero siempre estoy dispuesta a negarle la oportunidad de que se apodere de mí nuevamente.
Al igual que tú, estoy enfocada en disfrutar el viaje que significa llevar mi emprendimiento a buen puerto. Y lo acepto con todas mis imperfecciones.
Y ahora cuéntame, ¿cómo combates al ser perfeccionista que habita en ti?
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